La estatua del jardín olvidado
- Abuelo, cuéntame otra vez la
historia de la estatua.
- ¿Otra vez?
- Es que me gusta abuelo.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? Es tan… triste.
El abuelo asintió con un leve
movimiento de su cabeza. Movió lentamente su mano dando una palmadita sobre su
rodilla. Su nieta saltó a su regazo. Le encantaba escuchar las historias de su
abuelo y esa era la que más le gustaba.
- Ah y empiézala bien, desde el
principio. Nada de atajos.
Su abuelo sonrió y asintió de
nuevo, no había forma de engañar a su pequeña diablilla.
…Todo comenzó el primer día de un
caluroso verano. La chica paseaba abstraída por el pequeño jardín, ajena a lo
que pasaba a su alrededor. Era su lugar en el mundo, su pequeño paraíso
personal. De pronto chocó con alguien y enseguida quedó atrapada en unos brazos
fuertes que evitaron que ambos cayeran al suelo. Él la miró enfadado pero al
ver los ojos azabaches de la chica quedó irremediablemente prendado de ellos,
incapaz de articular palabra. Ella parpadeó algo confusa pero sin poder apartar
la vista de aquel hombre que olía como el sol. No lograba verlo bien por la
postura que tenían pero ninguno se atrevía a moverse, pudiera ser que al
hacerlo la magia del momento se disipara. Ella cerró los ojos unos segundos y
se aferró a sus brazos con fuerza. Él a su vez, se acercó más a ella,
necesitaba sentir que era real. Ninguno de los dos supo cuanto tiempo pasaron
así sin poder apartarse el uno del otro. No había nada más a su alrededor, todo
había quedado difuminado salvo ellos. Sus respiraciones se acompasaron y
sintieron que no existía nada más.
Una voz sonó a su espalda:
- Cariño, ¿dónde estás?, ¿estás
bien?
De pronto se vio privada de su
contacto, cayendo sus brazos lacios a ambos lados de su cuerpo. Él la había
soltado. Suspiró fuertemente y fue un roce, un simple roce de sus dedos en su
mejilla el último contacto entre ellos. No se giró para ver como él conversaba
con la mujer dándole explicaciones de lo ocurrido, no podía. Siguió su camino y
no miró atrás, no sabía si su pobre corazón podría soportarlo.
Ella era la cuidadora del jardín.
A partir de entonces le contaba a
sus amigos los árboles y a sus queridas flores una y otra vez lo que su corazón
había atesorado de ese día, rememorando el encuentro con el hombre que olía a sol.
Desde aquel día lo buscaba en cada recodo del jardín, día tras noche, sin
descanso.
Al cabo de los años su corazón
perdió toda esperanza de volver a encontrarse con él y poder así abrazar a su
propio sol. Sus lágrimas regaron durante años las plantas que con tanto amor
cuidaba y ellas fueron testigos silenciosas de su amor perdido.
Un día, cuando el sol se estaba
apagando en el horizonte, la chica se sentó en el sitio donde sus cuerpos
chocaron. Donde por un momento había conseguido abrazar al auténtico amor de su
vida. Ese lugar ya tenía la forma hecha de la chica, pues lo había convertido
en su lugar favorito del jardín. Antes que el sol se apagara por completo, una
lágrima resbaló por su mejilla, por la misma que él había acariciado antes de
alejarse de ella, y con el corazón roto por el amor perdido, pidió permanecer
en ese mismo lugar hasta que él volviera. Desde entonces es la estatua del
jardín, un jardín que ha sido olvidado por el paso de los años, al igual que la
chica que lo cuidaba…
Un pequeño silencio quedó
suspendido entre el abuelo y su nieta, antes que esta lo irrumpiera para
preguntarle:
- Abuelo, ¿quién era la chica?
Su abuelo meditó la respuesta,
aunque ya la tenía preparada desde la primera vez que le contara la historia.
- La chica de los ojos azabache,
la chica que esperó a que su amor volviera y la chica más hermosa que jamás
haya visto en mi vida.
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