Recuerdo pasear por la calle de la mano de mi madre. Era de noche y a ella le encantaba ese momento del año. Llevábamos todo el día preparando la comida que ahora cargábamos en bandejas como ofrenda y nos habíamos puesto nuestras mejores galas. Era un día muy especial y mágico para algunos de nuestro pueblo, descendientes de antiguas familias que vivían desde el principio en México. Mi madre me contaba siempre la misma historia mientras caminábamos en procesión. Esa noche, dentro de unos minutos, el velo entre los vivos y los muertos se haría tan fino que si sabías mirar con atención desaparecería. Y eso éramos capaces de hacer las mujeres de mi familia, generación tras generación, al alcanzar la mayoría de edad. Esa sería mi primera vez. Por fin era mi turno. Me revolvía nerviosa, llevaba mucho tiempo esperando que llegara ese día, esa noche. La tenía marcada en el calendario de la cocina. Sería el momento de dejar a un lado el recuerdo de nuestros seres queridos y encontrarnos c...