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Mostrando entradas de marzo, 2019

Camino a ninguna parte

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No puedo dormir. La desesperanza hace tiempo que se ha instalado entre estas cuatro paredes y nos aprisiona, nos asfixia como si no dejara entrar ni una brizna de aire, de alegría, de tranquilidad. Mi madre llora cada noche, en realidad también cada día, aunque intenta disimularlo. Yo le digo a mis hermanos pequeños que es de alegría, porque hemos superado un día más, porque los ve crecer y su corazón se emociona de lo guapos y listos que son. Sonríen. Pobres, se lo creen todo. También les cuento que tienen que estar atentos para ver los fuegos artificiales y correr a casa a avisarnos. Que corran rápido y me busquen para que yo también pueda verlos. Son tan bonitos les digo, que hay veces que puede verse encendido el cielo entero y por eso nadie debe perdérselo. Afortunadamente, llevan una semana que solo los escuchamos a la distancia. Como si se hubieran concentrado en un punto lejano de la ciudad. Quizás ya me haya acostumbrado. Recuerdo la primera vez que sentimos el primero, nadi

Musas

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Buscar las musas por cualquier esquina por cualquier lugar encontrarlas siempre en ti en tu mirar

Perderte

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sentir que todo se va contigo pero la vida sigue y se aprende y uno se recupera o eso cree y espera lo roto se reconstruye se cicatriza o eso parece y quieres gritar saltar volar y necesitas que te vuelvan a pegar las alas y el orgullo y la fe y el equilibrio y la vida

Demasiado

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A lo lejos diviso mi mundo atrás queda éste del que me despido demasiada desolación demasiado conformismo demasiado de todo y a la vez de nada demasiado peso que cargar demasiado... demasiado

Y yo

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El paisaje que pasa el verde que florece el sol que calienta el agua que ríe mientras baja el cielo que atardece a su ritmo y yo, yo solo sé que paso con el paisaje con el verde con el sol con el agua con el cielo contigo

Ella es mi pequeña mariposa

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La veo escribir cada mañana mientras bebe a sorbitos una taza de té. No siempre pide el mismo, pero sí con azúcar de caña, que remueve distraídamente. Tiene su rutina que, sin quererlo, se ha convertido también en la mía. Nada más entrar, se acerca a la vitrina con las tartas recién colocadas y tarda unos cinco o seis minutos en decidirse por una. Casualmente siempre es la misma, ganache de chocolate con virutas de chocolate blanco. Le encanta. Ella no lo sabe, pero en cuanto sale por la puerta se la guardo para el próximo día, no vaya a ser que me quede sin existencias. Cuando se la sirvo en su mesa de siempre, la más alejada del mostrador y que me permite observarla con cierta distancia, mueve levemente la cabeza en señal de gratitud. No levanta la mirada, perdida como siempre en su cuaderno de notas. De vuelta, intento leer algo sobre su hombro, pero no lo consigo. Su pequeña letra de médico me hace desistir y me deja como siempre, con la intriga sobre los versos que escribirá.

Me solté

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Y me solté de tu mano para siempre como el que no quiere la cosa como el que no sabe si podrá solo pero me solté y ya no puedo volver atrás ya no quiero volver atrás