La chica de la bicicleta azul



Marco ese día se había levantado más tarde de lo habitual y no llegaba a tiempo a clase. Pensó en coger el autobús, pero recordó que la parada quedaba algo retirada y, calculando el tiempo de espera, llegó a la conclusión de que tampoco estaría para el inicio. A primera hora tenía a uno de los profesores más duros del instituto y a éste le encantaba resaltar las miserias y no virtudes de sus alumnos. La puntualidad, o mejor dicho la falta de ella, era uno de sus temas favoritos y podía dejarte en ridículo con su verborrea tan solo por sobrepasar las en punto. No, no quería ese tipo de atención y menos tan temprano. De pronto recordó que en el garaje su padre guardaba las bicicletas de él y de sus hermanos. Alguna me servirá, pensó con un brillo de esperanza. Preparó rápidamente su mochila y cogió la que más se le adaptaba a su cuerpo desgarbado. Había crecido mucho el último verano. En cuanto se montó le vino a la memoria el recuerdo de aquellas tardes en las que pedaleaba con su padre recorriendo el barrio. Su padre… Ahora ya no pasaban tiempo juntos, tan ocupado siempre en su trabajo. Respiró con fuerza y movió la cabeza para espantar esos pensamientos, debía salir ya. Hacía tiempo que no pedaleaba, pero sentir la brisa de la mañana mientras ejercitaba sus piernas le despertó por completo y le ayudó a llegar a clase a su hora. Una vez acabada la mañana, al salir, reparó en que la suya no era la única bicicleta aparcada en el estacionamiento específico para ellas. Le sorprendió ver que otros alumnos usaban ese medio para ir a clase. Se animó y más al ver a una chica de larga melena rubia. Intentaba quitarle el candado a su bicicleta azul. Se acercó cuál caballero que quiere ayudar a una dama en apuros. Esa fue la primera de muchas mañanas que acudió en bici al instituto y la primera de muchas salidas que hizo con ella y la chica de la bicicleta azul. 














Participación en el concurso de #historiasdebicis de Zenda  

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