¿Dónde estaba el fallo?

Esperó y esperó, pero… ¿Cuánto debía hacerlo? ¿Cuándo se notarían los cambios? Hacía ya un buen rato que se había tomado las doce uvas, con algo de oro en la mano derecha y un pañuelo rojo atado en su cuello. Había brindado con ganas para despedir este 2020 de mierda y con las esperanzas puestas en el nuevo año. Aunque aún no había notado nada, ningún mínimo atisbo de que todo fuera mejor. Miró la televisión cambiando de canales y paseando por esos rostros alegres y motivados que hablaban con alegría, pero no entendía nada.

Despertó con una sensación de quemazón en su pecho. Se incorporó y se dijo para sí que lo mismo todo había sido una terrible pesadilla. Se pasó las manos por el rostro antes de mirar a su alrededor. Los restos del pollo asado precocinado lo observaban desde la mesita y la vacía botella de cava parecía reírse de él. En la televisión el programa de saltos de esquí característicos del día uno le acogieron con un terrible frío que hizo estremecerse.

Cogió su móvil y marcó el número de la residencia de sus padres, con la triste sensación de que ellos no atenderían la llamada. Fue allí uno de los primeros lugares donde el maldito covid19 hizo acto de presencia, aunque en ese momento no se sabía que estaba entre nosotros ni se tenía una visión clara de lo que supondría para el mundo.

Fue a levantarse, pero las piernas le fallaron y volvió a caer en el sofá. Palpó con miedo el lado de su derecha para comprobar que estaba frío, como todo a su alrededor. De su garganta brotó un triste lamento, donde quedaron ahogadas todas sus esperanzas marchitas. No, su mujer tampoco estaba. Mucho se había hablado de todo lo bueno del nuevo año, pero su entrada no le había devuelto todo lo que él había amado. Nada, absolutamente nada había cambiado.


Cuento presentado para el Concurso #unaNavidaddiferente organizado por Zenda de libros e Iberdrola

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