El día había llegado. Consumía con desgana las horas que lo separaban de su regreso a casa. Nunca le habían gustado estas fechas, eso eran cosa de ella. Ella… capaz de llenarlo todo con su magia. Adornaba cada recoveco del hogar con un motivo navideño. Su sonrisa lo iluminaba todo, aunque nunca se quedaba contenta y añadía con gracia cientos de bombillitas que esparcía por aquí y por allá. El árbol invadía parte de nuestro pequeño salón y yo…, yo como un tonto, me ponía algunas veces mis gafas de sol en modo de protesta. Había más luz en casa que en la calle, le decía. Ella reía y golpeaba suavemente mi hombro, llamándome gruñón. Su gruñón… adoraba ese posesivo cariñoso y la forma en la que sus carnosos labios se unían para decirlo. Ahora todo me parece una copia barata de esos tiempos y, por más que busco, no encuentro una forma de sobrellevarlo y que no siga partiéndome el corazón. Bueno algo si he encontrado, pasarme el máximo tiempo posible en el trabajo y echar más y más hora...