Ella, como muchos otros guerreros que no llevan capa, sale cada día a plantarle cara al enemigo. Lo hacía antes y lo sigue haciendo ahora, eso no ha cambiado. Lo que sí ha cambiado es todo lo demás, empezando por la preparación que requiere antes de salir de casa. Cierra sus ojos y toma aire, buscando las fuerzas necesarias para afrontar una nueva batalla. El camino al trabajo también es el de siempre, pero nada es igual. Las calles están ahora vacías de vida, de alegría y el paisaje está como detenido en el tiempo. Ni el sol quiere asomarse a esta nueva realidad. Saborea los últimos metros antes de entrar en su trabajo, ese lugar de trabajo que le reporta tantas cosas buenas pero que, desde que comenzó todo esto, le da también miedo. Miedo por la inseguridad de lo que se va a encontrar, miedo por si al salir estará contagiada y no podrá seguir ayudando, miedo por ver a alguno de sus familiares o amigos entre aquellas paredes, miedo a esa soledad tan palpable y angustiosa que crea...