Camino a ninguna parte

No puedo dormir. La desesperanza hace tiempo que se ha instalado entre estas cuatro paredes y nos aprisiona, nos asfixia como si no dejara entrar ni una brizna de aire, de alegría, de tranquilidad. Mi madre llora cada noche, en realidad también cada día, aunque intenta disimularlo. Yo le digo a mis hermanos pequeños que es de alegría, porque hemos superado un día más, porque los ve crecer y su corazón se emociona de lo guapos y listos que son. Sonríen. Pobres, se lo creen todo. También les cuento que tienen que estar atentos para ver los fuegos artificiales y correr a casa a avisarnos. Que corran rápido y me busquen para que yo también pueda verlos. Son tan bonitos les digo, que hay veces que puede verse encendido el cielo entero y por eso nadie debe perdérselo. Afortunadamente, llevan una semana que solo los escuchamos a la distancia. Como si se hubieran concentrado en un punto lejano de la ciudad. Quizás ya me haya acostumbrado. Recuerdo la primera vez que sentimos el primero, nadi...